domingo, 27 de noviembre de 2011

El huevo y la gallina en Aristóteles

Si tienes curiosidad y quieres indagar y debatir más sobre la conocida pregunta ‘¿Qué fue antes: el huevo o la gallina?’, te recomiendo el siguiente enlace: http://filex.es/historia/aristoteles/32_otros_principios_que_explican_el_movimiento.html

Está bastante bien, tiene incluso una pequeña noticia extraída de la prensa y un video. Además, te desafío a que intentes responder a las preguntas que hace el autor sobre acto y potencia en éste caso: si consigues responderlas a todas correctamente, ¡es que realmente has profundizado a fondo en Aristóteles!.

Aristóteles y la teología

El tema de la teología en Aristóteles es muy controvertido. Aquellos que quieren entender a Aristóteles como un científico naturalista, que explica todo sin necesidad de tener que recurrir a una sustancia especial como es Dios, considerarán que los elementos de teología que aparecen en Aristóteles, así como las dudas que parece expresar a propósito del entendimiento agente, serían restos de platonismo en Aristóteles. Esa es, por ejemplo, la todavía influyente lectura que de Aristóteles hizo Werner Jaeger: lejos de constituir las obras de Aristóteles un único intento sistemático, en los apuntes del Liceo que nos han llegado se juntarían pensamientos del Aristóteles más joven, aún platónico, con los del Aristóteles más maduro, ya plenamente centrado en la biología, sin hacer especulación metafísica ni teológica. Yo, en cambio, personalmente, soy de los que considero que hay que tratar las obras de Aristóteles como si fueran un único intento sistemático; da igual que las contradicciones y ambigüedades que podamos encontrar en las obras de Aristóteles sean fruto de que esas obras juntan pensamientos de muy distintas etapas de pensamiento en Aristóteles (como si hubiera cambiado de opinión de joven a mayor), o que sean fruto de que Aristóteles pensaba efectivamente de esa manera, situándose en un punto de vista aparentemente contradictorio y delicado. Lo que yo personalmente opino es que esas contradicciones y dudas son filosóficamente fecundas, y que por lo tanto, así debemos abordarlas. La verdad histórica sobre Aristóteles me importa bien poco; lo único que a mí me importa es que –ya sea deliberadamente, ya sea por un azar de textos que se mezclan con el paso de los siglos-, el resultado es filosóficamente fecundo.

En cuanto a la pregunta que expresaba Iris en clase, y dado que lo que dice Aristóteles en teología es tremendamente ambiguo y tentativo, resulta imposible darle una respuesta desde el propio Aristóteles. Resulta imposible decidir desde el propio Aristóteles si lo que quiere decir es que cada uno individualmente deseamos a Dios, o si ese deseo es de alguna manera comunitario, y es el universo en su conjunto el que de alguna manera aspira a Dios. Esta segunda postura, por cierto, se acercaría mucho más al pensamiento panteísta de, por ejemplo, Hegel. Señalar solamente aquí la distinción entre panteísmo (el Todo es Dios), y panenteísmo (en todo está Dios).

Aristóteles, machismo, células madre y la descendencia de los caballos

Para que se produzca un cambio sustancial por el que aparece una nueva sustancia no elemental, parece que es preciso que tengamos en primer lugar una determinada combinación de sustancias elementales, es decir, una materia segunda. Un problema con la biología de Aristóteles es que no tenía desarrollada la idea de célula, y eso lastra toda su concepción. Pero podemos entender que el punto de partida ha de ser una determinada materia segunda. Al fin y al cabo, todo animal adulto tiene una materia segunda o cuerpo, caracterizado como una determinada proporción de sustancias elementales de tierra, aire, fuego y agua. Podemos entender que en la reproducción sexual los dos sexos contribuyen con una parte de su materia segunda (las ‘células reproductivas’), una parte de materia segunda que es privación de una forma concreta (el espermatozoide o el óvulo está en ‘potencia' activa de convertirse en un ser humano); quizás incluso podríamos plantear que esa materia segunda es el sustento material biológico que exige la facultad de reproducción incluida en la forma o alma del animal; no olvidemos que para Aristóteles el alma no puede sacar adelante sus potencias si no es con la unión con un cuerpo. Hay que señalar que Aristóteles y otros autores aristotélicos posteriores se manifestaron en éste punto como machistas, ya que venían a sugerir que la hembra ni siquiera contribuía a la reproducción con una parte de su materia segunda (lo que quizás pone de manifiesto las limitaciones de la observación directa que tenía a su alcance Aristóteles: el semen se ve, los óvulos no); la contribución de la hembra en la reproducción se reducía a ser la de un mero recipiente (el útero), en el que se iban a producir los primeros momentos de desarrollo de una materia segunda que ha recibido la forma del animal. Pero además, el machismo de esta perspectiva añadía que sólo la forma sustancial del macho adulto era la que provocaba el cambio sustancial en esa materia segunda, mientras que la forma sustancial de la hembra adulta no contribuía al paso de potencia a acto de la materia segunda. Recordemos que la forma era acto y la materia potencia; el prejuicio de considerar al macho como el acto y a la hembra como la potencia en el proceso de reproducción tenía amplias consecuencias históricas a la hora de entender la división entre sexos y el papel que debían jugar cada uno; baste meramente pensar en la idea de que las hembras son ‘pasivas’, son potencia, mientras que son los machos los que son ‘activos’.

Es interesante señalar que el desarrollo de un feto en el útero de la madre sigue siendo un misterio para la embriología moderna. El problema es el siguiente: a partir de una primera célula formada por unión del espermatozoide y el óvulo, se empiezan a diferenciar las distintas células del cuerpo. Pero la embriología moderna sigue sin poder averiguar cómo es que, tomadas dos células (‘células madre’) que –conforme a todos los conocimientos biológicos actuales- son idénticas, una de ellas decide convertirse en célula del hígado y otra convertirse en célula del cerebro. Aristóteles, a este respecto, sitúa las ‘instrucciones’ de desarrollo de un animal en la forma; si todo lo que puede ser alcanzado por los conocimientos biológicos actuales decidimos adscribirlo al lado de la materia segunda, entonces Aristóteles nos proporcionaría una salida metafísica al problema de la embriología. Científicamente nos resultaría insuficiente, pero tal y como están las cosas en embriología, hablar de una forma o alma parece la única salida provisional.

En cuanto al fijismo aristotélico (la postura radicalmente opuesta al evolucionismo) de las especies biológicas, el problema residía en que para Aristóteles no podíamos plantear variaciones (‘pequeñas variaciones’, mutaciones) en la materia segunda, de manera que una nueva materia segunda exigiera una nueva forma, quizás diferente a la de los padres. En la perspectiva evolucionista moderna, diríamos que de dos caballos puede ocurrir que no nazca un caballo, sino otra especie distinta. Quizás podemos ironizar sobre esto: supongamos que nazco como macho mutado, soy una nueva especie, no me puedo reproducir con nadie, y entonces necesito que se produzca la ‘suerte’ de que nazca una hembra mutada en mis inmediaciones con la que sí me pueda reproducir. En principio, la respuesta del evolucionismo moderno es plantear micromutaciones en todos los individuos de una población, que a base de los cruces por reproducción sexual, van acumulándose, hasta dar lugar a una nueva población que ya no se puede cruzar con la población inicial.

En principio, habría que entender que para Aristóteles la materia ha estado eternamente necesitada de formas, y eternamente satisfecha de ellas. No aparecerían formas nuevas. Por toda la eternidad, los caballos nacerían de caballos. Cabe plantear, quizás, no obstante que una especie se extinga; si, por la razón que sea, los caballos del mundo dejan de tener potrillos. Al fin y al cabo, esa es una potencia o posibilidad; nada dice Aristóteles de que la potencia o facultad de reproducción tenga que pasar forzosamente a acto, y que además, en ese pasar a acto (podríamos decir: la acción de la cópula), tuviera éxito. Quizás Aristóteles admitiría la posibilidad de extinción de una especie, aunque esa posibilidad no se haya actualizado nunca o no se vaya a actualizar nunca. Y quizás diría que eso es lo que ha pasado con los huesos de la cantera que menciona Jenófanes: que son unos animales que dejaron de reproducirse. Lo que no admitiría es decir que esos huesos de la cantera son nuestros ‘antepasados’.