Dice un lema que se corea en el estadio del Mirandés: “Vamos, Anduva, empuja con el alma”. Tomás de Aquino replicaría que el alma no puede empujar; para empujar, se necesita de un cuerpo; el alma determina una potencia para empujar, pero para activarla necesitamos de un cuerpo. Sin embargo, en el alma habría una capacidad, el entendimiento agente, que está activada de fábrica, disponible en acto para poder ser utilizada cuando la necesitamos. Si no lo planteáramos así, diría Tomás, no podríamos explicarnos nuestra capacidad de conocimiento. De manera que, con Tomás, podemos decir: ‘conoce con el alma’; por supuesto (en Tomás, no así en Descartes), el alma no puede llevarlo hasta sus últimas consecuencias si no es con la ayuda de un cuerpo: unos órganos de los sentidos, etc. Pero ese último paso que da el alma, el entendimiento agente, no puede describirse en términos corporales, y por lo tanto, no está conectado con cuerpo.
Por cierto, a propósito de la expresión de Anduva, puede ser interesante constatar cómo los seres humanos parece que hoy en día tenemos tendencia a utilizar el término ‘alma’ en situaciones emocionales. Agustín de Hipona, que consideraba que lo mejor, lo más perfecto de nuestro alma, es la voluntad o amor, estaría de acuerdo. Tomás de Aquino, en cambio –inspirándose una vez más en esto en Aristóteles- consideraba que lo mejor, lo más perfecto de nuestro alma, era el entendimiento, nuestra capacidad de conocimiento.
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