viernes, 17 de febrero de 2012

Más reflexiones sobre el conocimiento a propósito de racionalismo y empirismo

Supongamos que nos raptan, nos meten en un aparato raro que borra todos nuestros conocimientos, y al despertar estamos metidos en una habitación, con una hoja en blanco y un lápiz. Y se nos dice: ‘Hala, póngase usted a conocer’, y sólo eso. Es interesante que, a la hora de conocer, nos ponemos nerviosos; habrá gente que su primera reacción sería ‘pedir ayuda’; el otro día me hablaron de un profesor universitario que se quejaba de que en primero de carrera, cuando los alumnos llegaban, iban a las clases esperando ‘a ver qué se les cuenta’. El sujeto de nuestro experimento podría decir: ¡pero cómo quieren que conozca algo aquí, déjenme salir, necesito experiencias!. El racionalista, en cambio, plantea que el sujeto puede empezar a conocer sin necesidad de salir de la habitación; el problema que detecta el racionalista es, casi podríamos decir, de miedo a uno mismo. Esperamos que se nos resuelva la papeleta, que algo de fuera nos saque las castañas del horno: pedimos datos, como quien pide a Dios fe. Sabemos que lo cómodo es limitarse a reproducir lo que dice el profesor o lo que dice el Papa; operación que podría hacer una grabadora o un papagayo.

Para el racionalista, el sujeto de conocimiento tiene que percatarse de que tiene en sí capacidad suficiente para elaborar conocimiento. ¿Qué espera de los datos? ¿Cree ingenuamente el sujeto que los datos le van a resolver la papeleta?. Si hay una entraña idealista en el racionalismo que arranca con Descartes es porque se está planteando una capacidad radicalmente autónoma en el ser humano, que no tiene que pedir permiso a nadie, que está por encima de los datos, del profesor y del Papa (Descartes tiembla: ¿por encima del genio maligno? ¿por encima de Dios?); y que puede elaborar conocimiento de un sólo golpe, sin dudas, sin necesidad de salir de la habitación, sin posibilidad de equívoco, sin tener que establecer una especie de segunda vuelta para ver si lo que he planteado es verdad. Una capacidad que resuelve el problema de que a veces yo soy el peor enemigo para mí mismo; que resuelve el problema de que puedo pensar siempre que me he equivocado porque puedo imaginar otras posibilidades. Y sin haber resuelto ese problema, sin haberme puesto previamente en paz conmigo mismo, de nada valdrá que me dejen salir de la habitación, de nada valdrá que pueda experimentar; porque es necesario que primero me aclare yo conmigo mismo, y sólo una vez que haya realizado eso, empezarán a tener algún sentido los datos.

Si no he aprendido a poder conocer sin salir de la habitación, de nada me servirá que me dejen salir de la habitación. Podré, eso si, dar tumbos, y acumular datos, millones de datos si quiero. Pero eso el único efecto que producirá es incrementar mi inquietud, mi inseguridad. Es absurdo esperar la salvación de los datos. Serán datos desordenados. Así, el racionalista no negará que las experiencias sensoriales sirvan para algo; pero de nada sirven si previamente la razón no ha conocido por sí misma.

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